sábado, 23 de junio de 2012

Como acabar de una vez por todas con las humanidades

En esta época de desasosiego, me apetece recuperar el siguiente artículo publicado en Diario CÓRDOBA en abril de 2003. Lo reproduzco tal y como lo escribí hace ya casi diez años, sin tocar una sola coma, tal vez porque el escenario que expuse en ese momento sigue tan vigente como entonces.





"COMO ACABAR DE UNA VEZ POR TODAS CON LAS HUMANIDADES


El fin de las ideologías, como se conoce a la situación creada en el mundo tras la caída del muro de Berlín y el desmembramiento del bloque soviético, parece llevar aparejado - aunque sin una necesaria relación causa/efecto que los una - el fin de las humanidades. La situación político-social de la última década ha consagrado un modelo de sociedad en continuo progreso científico-técnico al servicio de la sociedad de consumo neoliberal que excluye su compatibilidad con una formación humanística del individuo.
La decadencia del interés social por las Humanidades, la razón de que los estudios denominados popularmente de letras presenten tasas tan bajas de demanda, hunde sus raíces en causas muy diversas que se han alimentado a lo largo de las últimas décadas por medio de tres grandes mentiras, a las que yo he querido denominar las falacias académicas:
La primera es la que declara el carácter accesorio de las disciplinas humanísticas. Debiera parecer irrisorio – si no tuviera como trasfondo una realidad tan dramática - la forma en que los estudios humanísticos se asocian cada vez con más frecuencia a términos como formación complementaria, cultura general y en el peor de los casos hobby.
Y esta última es en mi opinión la peor de las coyunturas posibles, aquella en la que el sistema ha determinado un lugar para los estudios humanísticos ubicado entre el excedente de las capacidades humanas. Así, y de acuerdo con las tesis de la Internacional Situacionista, los hobbies –una forma de tabular las cualidades humanas- se convierten en una desvalorización de la vida al eliminar la versatilidad y variabilidad que caracteriza a ésta. Y permítanme que reflexione acerca de cómo este caso se manifiesta de forma paradigmática en el creciente interés por el bricolaje, como sucedáneo mediatizado de la iniciativa creadora que de su propia vida podría desplegar el individuo. La conclusión lógica de la tendencia -y por asociación de ideas con el tema que nos ocupa- es que se pretende convertir la formación humanística en una suerte de bricolaje cultural.
La segunda falacia es la que mantiene lo idóneo de una enseñanza superespecializada. Es evidente que el modelo de enseñanza actual se ha precipitado con devoción en favor de esta postura. El sistema busca, en definitiva, al individuo que afronte con aplicación casi mecánica una parte pero que en ningún caso se cuestione el todo, como si la formación integral del profesional no sólo no aportara nada de interés o utilidad a su persona sino que además en ningún caso beneficiara a su capacidad y actitud de enfocar una determinada labor. En cualquier caso, el binomio especialización/integración no ha de presentarse en ningún caso como antagónico sino como parte de una misma orientación académica que en el momento presente requiere un serio replanteamiento que cuestione los viejos tipos decimonónicos que aún imperan en nuestras universidades.
Finalmente y en tercer lugar, nos encontramos con el discurso acerca de la relatividad y subjetividad que presiden los estudios en Humanidades y que impide la consecución de cualquier resultado final, o sea, su aplicabilidad práctica. No nos engañemos (o al menos no nos dejemos embaucar tan fácilmente), ¿acaso ya no le resulta necesario al hombre la comprensión de su verdadera razón de ser y su propia existencia?, ¿acaso no le preocupa como ninguna otra cosa la consecución de una vida plena y feliz? O lo que realmente ocurre es que no interesa que se mantenga una postura de re-flexión crítica frente a la realidad. Así la cuestión radica en que las jerarquías que controlan el sistema han conseguido que paulatinamente se sustituya la antigua dicotomía que mantenía al hombre en relación continua entre preguntas y respuestas por la dicotomía problemas y soluciones, propia de un sistema tecno-científico, para concluir en una mucho más practica –y adecuada a sus fines- de necesidades y productos.
El problema estriba en si somos aún capaces de cuestionarnos acerca de quién construye realmente la necesidad y determina la solución/producto ideal para ésta, no es acaso la propia sociedad de consumo científico-técnica (y los medios de masas que la sustentan) y en ningún caso el individuo. Así, por ejemplo, nos han convencido de que necesitamos a todas horas un teléfono móvil en la mano con el que llevar a cabo cualquier función excepto la más obvia, la de comunicarnos.




Es evidente que el futuro nos ofrece una perspectiva poco halagüeña, probablemente acabemos siendo zarandeados por gestores iletrados que nos acusarán de vagancia y malos hábitos sociales, de turbar la paz cívica y el orden del sistema establecido; gestores que sin embargo, y muy inteligentemente, no ejecutan el golpe de gracia que acabe finalmente con las humanidades sino que prefieren dejar que estas se autoinmolen o se extingan en una singular lucha fratricida.
Y sin embargo, la solución final se presenta fácil: bastaría con que una escueta pero directa orden ministerial obligase a colocar sobre la puerta de todas las Facultades de Humanidades aquella leyenda que aparecía en su homóloga del infierno en la Divina Comedia (de Dante ¿recuerdan?): Lasciate ogni speranza voi ch’entrate." (Canto III, vv. 8-9. Trad.: “Perded toda esperanza, vosotros que entráis”), para amedrentar a aquellos pocos ilusos que aún no hayan sucumbido ante el resto de estrategias.
Reclamo pues, la rebelión ante lo que parece ser una política de hechos consumados. La reacción inteligente ante la idioticia y la injusticia que parecen aco-sarnos sin tregua. Soy consciente de que las soluciones al problema planteado no se presentan fáciles ni de resultados inmediatos pero como punto de partida que haga recuperar la confianza en la “humanidad” propongo la obligatoriedad de la enseñanza de Filosofía, Arte, Lengua y Música en todas las carreras universitarias."
Rafa Infantes, marzo 2003